A través del bosque

Primeras páginas de “A través del bosque”

La preventa de A través del bosque, la continuación de A través de la arena, está a punto de empezar y, si os habéis suscrito a mi newsletter, ¡os traigo un regalo! Las primeras páginas de la novela solo para vosotres. Al final del todo os dejo el enlace para su descarga, ¡por si preferís leerlas en PDF!


Prólogo

El humo que salía de la ciudad se confundía con el cielo nocturno, apagando las estrellas una a una. Entre el crepitar de las llamas, que arrasaban con todo, tan solo se oían gritos desesperados. Harad entrecerró los ojos, evitando la ceniza que cubría el campo de batalla como un manto de nieve gris y de muerte. La contienda estaba ganada, pero sentía el amargo regusto de la derrota en el paladar. Habían asaltado la Ciudad Prohibida y diezmado el ejército de los gigantes, reduciendo así las posibilidades de una revuelta exitosa. Y habían acabado con uno de sus líderes más apreciados, Solavelán, pero aun así había perdido. Dins había escapado. La ira bullía en su interior: ¿cómo había podido fallar de nuevo de esa manera?

Entró en su tienda hecho una furia, dejando caer la espada de mala manera en el suelo. Se quitó la chaqueta, que acabó en el mismo rincón, y fue directo a la mesa donde descansaba una botella de licor daratiano medio vacía. Se sirvió un vaso y se lo bebió de un trago, poniendo una mueca de asco ante el sabor dulce y empalagoso.

—Repugnante —masculló antes de servirse otro.

El calor del licor comenzó a recorrerle el cuerpo, devolviendo el color a sus mejillas lívidas. Temblaba con una mezcla de culpa y enfado. Su misión era rescatar al príncipe, y había fallado. No solo eso: se había enfrentado a él, que le había criado y querido como un padre, por proteger a una don nadie. La mirada horrorizada de Dins le había dolido más que todas sus heridas de guerra, y se dejó caer en una silla intentando comprender cómo habían llegado hasta ese punto. ¿Cómo había podido hacerlo todo tan mal?

«Tu deber es proteger al pueblo y a la realeza, incluso de ellos mismos».

La voz de su madre resonó en el interior de su cabeza, repitiendo la lección que tantas veces le había inculcado.

Harad intentó recuperar la calma ahogando sus pensamientos en los ruidos exteriores. Un sonido entre el gentío del campamento le distrajo: una voz femenina daba órdenes y se acercaba a su tienda con paso marcial. Sabía quién era antes de que entrara, y mantuvo la vista clavada en el vaso cuando descorrió la cortina de su tienda. Era la última persona a la que quería ver en aquel momento.

—Harad. —El saludo de la mujer fue frío y escueto, y se mantuvo en la puerta hasta que el aludido se giró a observarla.

—Princesa Fadia —masculló él de vuelta.

La joven princesa estaba tan impecable como siempre: el traje inmaculado, las botas pulidas y las insignias y condecoraciones brillando a la luz del candil. Fadia llevaba el pelo rubio recogido en una tensa cola de caballo, que acentuaba la redondez de su rostro. Era una mujer imponente, grande, musculosa y con una mirada severa. Una enorme cicatriz le atravesaba el rostro rubicundo de lado a lado, afeando aún más si cabe sus facciones. Sus ojos pequeños y oscuros brillaban con astucia y malicia, y en aquellos momentos echaban fuego.

—¿Está acostumbrado a celebrar sus fracasos bebiendo, capitán? —le espetó, sin moverse del sitio.

Harad ignoró la provocación deliberadamente. A esas alturas, el protocolo le daba bastante igual.

—¿Quiere un poco?

—Ya sabe que no —escupió ella. Tras unos instantes de silencio, al ver que no decía más, se acercó a la mesa de dos zancadas y se sentó frente a él sin esperar a que la invitaran—. ¿Qué ha sucedido?

—El príncipe tenía más protección de la que esperaba —respondió con simpleza—. Ha huido con un pequeño grupo de rebeldes, pero daré con él nuevamente. Podéis estar segura.

Posó el vaso en la mesa con rabia mal disimulada.

—No.

La orden le cayó como un jarro de agua fría.

—Tenemos un trato —le recordó él, con un gruñido bajo y gutural.

—Cuando cumplas tu parte, podrás volver a ir a por el príncipe. Tuviste tu oportunidad y has fallado, Harad. Ahora me ayudarás a mí y después podrás volver a contar con mi ejército. Mientras tanto, estás a mis órdenes —concluyó Fadia.

Sin darle tiempo a decir nada más, se puso en pie y salió de la tienda. Harad maldijo el día en el que había pactado con ella, recordándolo como si hubiera sido aquella misma mañana.

xxx FLASHBACK xxx

Dins se le había vuelto a escapar, otra vez. De no ser por aquel vagabundo entrometido, habría podido rescatar al príncipe y volver para solucionar los problemas del reino. Pero ahora se encontraba en un país que solo conocía por los informes de sus espías, con dos de sus soldados heridos en una posada en medio de la nada y sin forma alguna de empezar a buscar.

La puerta de la taberna se abrió y entró una comitiva real. Desde el rincón en el que descansaba, Harad observó al posadero quitarse el mugriento gorro de cocina y retorcerlo entre sus manos grasientas mientras se inclinaba ante la visitante. En medio del cortejo destacaba una mujer musculosa y de porte regio.

«Una de las princesas», pensó.

Sus informantes nunca la habían descrito, pero estaba al tanto de la situación política de Daratar y solo podía ser ella.  Sin decir nada, la princesa clavó los ojos en él y luego se dirigió al posadero.

—Necesito un salón privado.

—Por supuesto, por supuesto, mi hija se lo preparará inmedatamen… ¡Ruby! ¡Ruby, prepara el salón trasero! —se apresuró a decir el posadero, antes de guiar a los recién llegados.

Harad se puso en pie y les siguió. La princesa entró primero y uno de sus soldados le hizo pasar.

—Princesa —saludó, con una leve inclinación de cabeza, cuando cerraron la puerta tras ellos—. ¿Me permite preguntar cuál de las dos sois vos?

—Fadia  —respondió. Su voz era tan tosca como su apariencia.

—¿Qué puedo hacer por vos, alteza?

—Puede empezar por atrapar al príncipe de su país y devolverlo a donde corresponde, capitán…

—Harad. ¿Cómo lo sabéis?

—¿Cree que solo Vassla tiene espías? Hace unas horas, uno de mis hombres abandonó la posada con información muy valiosa. Esperaba encontrarme al príncipe aquí y hacer un trato con él, pero veo que se nos ha escapado a los dos —explicó mientras se servía agua de una jarra cercana.

—¿Qué clase de trato?

—Uno que creo que le interesará mucho, capitán. ¿Quiere escucharme?

Fadia le ofreció una copa y Harad la aceptó con cautela.

—Definitivamente, habéis captado mi atención, princesa.


Si preferís leer el prólogo en PDF, podéis descargarlo en este enlace.

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