Hoy he querido traer una entrada diferente: la primera colaboración en mi blog. Para ello, he recurrido a la escritora y experta en cosas de brujas L. G. Morgan, que ha sido tan amable de escribir este primer artículo sobre el tarot y otros métodos de adivinación. Aunque octubre sea el mes de las brujas, ¡nunca es mal momento para hablar de ellas! Y, antes de entrar en materia, quiero hablaros un poco de la brujita más importante de este artículo: su autora.
Morgan se define a sí misma como una bruja madrileña que teje sus conjuros a través de la escritura y otras artes. Cuentan que cursó Psicología solo para darle un tinte legal a sus actividades. Ha publicado relatos a lo largo de los años en diversas antologías colectivas de género, y también en una propia llamada Entremundos (Editorial Saco de Huesos, 2013).
Como novelista inició su andadura autopublicando «La casa de los cerezos» en 2014. Después llegó «El Pacto» (2018), la primera entrega de la saga «La estirpe de la estrella» (autoedición). Y en 2019 la novela «Útero, Civilizaciones olvidadas», una historia de amor e iniciación que discurre en las entrañas de una civilización olvidada; y la novelette «Equinoccio», de fantasía histórica, que inaugura la colección «Relatos del caldero».
En 2020, a pesar de la pandemia, ha logrado lanzar otra novelette, esta vez de horror histórico: «Barón Von Humboldt», que constituye el segundo número de dicha colección. Como bruja inquieta que es, entre novela y novela hace radio, teatro, y ha escrito y dirigido varias performances. Pertenece a diversos colectivos culturales, sociales y de autoedición (Neuh, No es un hobby); y hace poco inauguró su propio canal de Youtube: L. G. Morgan. Cuidado con ella, que tiene la mala costumbre de involucrar a cuantos se cruzan en su camino en extrañas aventuras. Tanto es así que en la última luna, junto con otras locas y locos de eso del terror, estrenó el primer episodio del canal de lecturas en vídeo «La casa sombría».

Adivinad, que es cosa de brujas
Siempre he sido muy fan de las brujas, desde que puedo recordar me he sentido fascinada por ellas, ya fuera como figuras de ficción, personajes de cuentos y leyendas; o como mujeres de carne y hueso con constancia histórica. ¿Por qué? Realmente no lo sé. Mi yo de ahora podría racionalizar la cuestión y decir que se debe a que fueron mujeres marginales, independientes y más libres que sus coetáneas, con conocimientos de hierbas, enfermedades y nacimientos, con sus propias ceremonias y su saber secreto. Pero la verdad es que nada de eso —y todo a la vez— explica que me atrajeran de ese modo, siendo niña, unas criaturas que en la mayoría de los casos habían sido «diseñadas» para repeler.
Lo que sí puedo afirmar con certeza es que de todos los atributos con que mi imaginación adornaba a tan misteriosas como arrebatadoras criaturas, había uno que destacaba por encima de todos los demás, y era el tema de la magia. Más concretamente, el poder que brotaba de ella. Cierto que también me gustaban por entonces las hadas, los duendes y los elfos, y toda otra criatura mágica que se terciara. Pero no había comparación. A las brujas solo lograban hacerle cierta sombra las hadas, por ser mujeres, y por poco tiempo: su magia acababa por resultarme a la postre demasiado rosa, demasiado «estética»; demasiado limpia. No podía compararse con ese poder oscuro, negro de tierra y fértil de humus, que atesoraban mis brujas. Las manzanas envenenadas, las pócimas extrañas en calderos burbujeantes, las hierbas puestas a secar en oscuras casitas del bosque… Eran cosas que llevaban en su mismo seno, en su aspecto y en su esencia, el poso de la verdadera Antigüedad (o lo que yo concebía como tal).

Con el paso de los años, a esa primera fascinación fueron sumándose lecturas y conocimientos que no hicieron sino ahondar mi respeto y admiración por esas figuras que, solo tardíamente, han empezado a ser reivindicadas. Y llegué a considerar a las brujas en esa otra dimensión que citaba al principio, mujeres que preservaron la ancestral sabiduría, pasada de generación en generación, de madres a hijas, ligada en los comienzos a la propia Madre Tierra, a todas esas diosas primigenias que representaban la Vida y la Muerte y regían igualmente los partos, la enfermedad y las curaciones, la luna y las cosechas.
¿Qué poderes tienen las brujas?
Pero volvamos a eso que decía del poder fascinador que siempre ha ejercido sobre mí la magia de las brujas, tal como se muestra en los cuentos y leyendas, que son acervo del saber popular. Porque de eso quiero hablaros hoy; en especial, de la que es una de las manifestaciones más conocidas y divulgadas de esos supuestos poderes brujeriles, esto es, la adivinación.
Adivinar el porvenir, la buenaventura, echar las cartas, leer las líneas de la mano, los posos del té o la bola de cristal. Prácticas distintas —o instrumentos distintos— destinados a un mismo fin: revelar a la gente cosas del pasado y del futuro, adivinarles la vida; aconsejarlos, enseñarles a influir en el Destino o al menos a aceptarlo, entenderlo e integrarlo. En ese sentido estas mujeres ejercieron un poco de psicólogas y otro poco de médiums, interpretando para su audiencia aspectos de la existencia que a veces cuesta entender.
Uno de los instrumentos o métodos de adivinación que se ha hecho más famoso, uno que conoce hoy todo el mundo, al menos de oídas, es el Tarot.
El Tarot como método de adivinación
La palabra Tarot (que algunos supuestos estudiosos han rastreado hasta Egipto sin más pruebas que su convencimiento) procede en realidad del italiano tarocco, en plural tarocchi. Los primeros Tarots fueron concebidos como juegos de azar, en Italia. Los naipes se conocían en Europa ya desde el S. XIV, estando compuestas las primeras barajas por cuatro palos (como la baraja española, también usada para la adivinación, por cierto). En algún momento del S. XV se añade un quinto palo, los llamados Triunfos (para nosotros Arcanos Mayores); y cuatro reinas, dándose origen al juego del Tarot propiamente dicho.

¿Cómo es una baraja de Tarot? Está compuesta por 78 cartas, divididas en Arcanos Menores (56) y Arcanos mayores (22). Estos últimos constituyen las cartas más importantes, y realmente diferenciadoras, del Tarot; y su inclusión parece obedecer a un interés por dotar el juego de una mayor profundidad, introduciendo elementos de la filosofía de la época en que fueron concebidas, el Renacimiento. Así, en la baraja de Tarot vemos reflejarse símbolos y elementos de la filosofía hermética, que bebía de la cultura egipcia y grecorromana, la Alquimia e incluso la Cábala.
Siguiendo estos principios, los 22 Arcanos Mayores, serían una representación del camino alquímico, la senda evolutiva que debe recorrer el iniciado hasta llegar a la transmutación, es decir, hasta alcanzar su mejor y auténtico «Yo».
Los Arcanos Mayores, por orden numérico ascendente
- El Mago (o prestidigitador)
- La Papisa (o sacerdotisa)
- La Emperatriz
- El Emperador
- El Papa (o sumo sacerdote)
- Los Enamorados
- El Carro
- La Justicia
- El Ermitaño
- La Rueda de la Fortuna
- La Fuerza
- El Ahorcado
- La Muerte
- La Templanza
- El Demonio
- La Torre fulminada (o la Casa de Dios)
- Las Estrellas
- La Luna
- El Sol
- El Juicio o el Ángel
- El Mundo
Y, finalmente, El Loco (que no suele tener número y puede considerarse al principio o al final)
Aunque la interpretación simbólica del Tarot debería ser única, y en lo básico el significado de las cartas es bastante estándar, según el manual que uno consulte encontrará matices que difieren más o menos sutilmente. Hay quienes recomiendan usar solo la pura intuición, «leyendo» directamente lo que nos sugieran los dibujos de las cartas sin ningún conocimiento previo que enturbie el resultado. Yo prefiero, en cambio, estudiar previamente la simbología de las cartas, porque su interpretación ya resulta lo bastante ambigua o amplia para que entren en juego nuestro carácter y experiencias a la hora de hacer la lectura. Y el estudio previo nos va a aportar ideas o visiones que enriquecerán la misma.
Por todo lo dicho, el Tarot puede considerarse tanto un sistema de adivinación como una herramienta de autoconocimiento. Personalmente utilizo el Tarot sobre todo en este último aspecto, como herramienta proyectiva. Es decir, algo que te permite enfocar y concretar elementos del subconsciente, de manera que se hacen verbales e inteligibles cosas que hasta entonces estaban solo latentes, en forma de intuición, o eran datos e ideas recogidas pero aún no conformadas del todo. De este modo, cuando creemos que estamos adivinando lo que va a ocurrir o lo que está sucediendo en el presente, en realidad estamos sacando a la luz cosas que de alguna manera ya sabemos o intuimos.
Fin de la primera parte
Pronto os traeré la segunda parte de este artículo, en la que Morgan aún sigue trabajando. Nos hablará del significado de las cartas, de los Tarots más famosos que existen y de la Baraja Gitana Rusa, ¡entre otras muchas cosas! Morgan también me ha pedido que os diga que «sé de buena tinta que está encantada de haber sido invitada a colaborar en este blog, cuya dueña y señora es una de esas creadoras que te arrastran irresistiblemente a coloridas aventuras literarias».
Podéis encontrar más información sobre Morgan y sus libros en su página web y su tienda online.
¿Qué os ha parecido el artículo? ¿Os gustan las cosas de brujas? ¡Contadnos vuestras experiencias brujeriles en los comentarios!